miércoles, 28 de enero de 2015

BALANCE


La liga se abrió para el Almería con el calor de agosto en el cogote, el alboroto de la feria de fondo y la arena de la playa entre los dedos de los pies. En aquel primer partido de liga (aquél en el que el estadio se quedó a oscuras como metáfora de lo que iba a ser el juego del equipo en lo que restaba de encuentro) apuntábamos las que podían ser las líneas por las que se condujera nuestro equipo. Y hoy, media liga después y con enero casi agotado, el Espanyol de Barcelona se cruzó de nuevo en el devenir del equipo para recordarnos que hemos quemado la mitad de la munición. Así que toca mirar por el retrovisor, sin perder de vista el camino, para comprobar que el animal respira, pero la herida es profunda.

Las cabalgadas de Edgar siguen sin tener un objetivo claro la mayoría de las veces; Soriano y Corona suman veteranía al tiempo que restan fuerza; Hemed muestra su intermitencia para desesperación general; Teerasil no estuvo, aunque se le esperó; Thievy no ha acabado de definirse; y los jóvenes, que han tenido bastantes oportunidades, no terminan de aportar lo que se espera de ellos.

Con este panorama, y acudiendo a los resultados para comprobar que el equipo ha perdido todo lo jugado en casa salvo los tres raquíticos puntos obtenidos de sendos empates, sólo nos queda el ánimo de comprobar que nos encontramos a un punto de salir del descenso.

Por el camino, Francisco fue cesado y se contrató a JIM, cuyo bagaje en la primera división fueron dos experiencias muy distintas (Levante y Valladolid) y cuyo efecto se ha diluido demasiado pronto.

Pero si los entrenadores cuentan con los cambios para redirigir el rumbo de un partido, los presidentes cuentan con el mercado de invierno como una segunda oportunidad. El problema principal son los ajustes presupuestarios y la posibilidad de encontrar un jugador disponible que venga a mejorar la plantilla; el valor indudable, el escaparate de jugar en la mejor liga del mundo. Quedan pocos días y, todavía, algunas esperanzas.

 

miércoles, 21 de enero de 2015

PRECOCIDAD


La juventud y la genialidad no tienen por qué ocupar lugares distintos. Pruebas de ello podemos encontrarlas en literatura, con Pablo Neruda –que publicó Veinte poemas de amor y una canción desesperada con tan sólo veinte años–, en la música, con Mozart –que a los catorce ya había sido nombrado maestro de conciertos de Salzburgo–, e incluso en la ciencia, con James Watson –que con veinticinco estableció, junto a Francis Crick, su famosa doble hélice como modelo estructural para el ADN–. Pero si somos capaces de buscar y encontrar estos ejemplos es porque escapan de la norma.

En fútbol las cosas no son distintas. Escarbando un poco en la historia reciente de este deporte hallamos casos de jugadores sorprendentemente maduros en su juventud y que han sido capaces de soportar el peso de la presión para convertirse en la bandera de un vestuario. Tal es el caso de Raúl González –que debutó de la mano de Jorge Valdano en el Real Madrid con sólo diecisiete años– o de Fernando Torres –que contaba con la misma edad el día en el que García Cantarero le hizo debutar con el primer equipo del Atlético de Madrid–.

Pero si ahondamos para entender qué hay detrás de éstas y otras precocidades futbolísticas encontraremos un denominador común: un estado de incertidumbre en el club y de crisis de juego en el equipo.

Por eso, que algunos empiecen a alzar la voz para reclamar la presencia en el primer equipo del Almería de Dani Romera no sé si es más mérito suyo o demérito de los demás. Es cierto que el chaval es el máximo goleador de la categoría con el filial, que apunta maneras, que destila talento y que ha madurado mucho en el último año. Pero no es menos cierto que sólo tiene diecinueve años, que la temporada pasada jugaba con los juveniles y que la responsabilidad de mantener al equipo en la máxima categoría tiene que recaer sobre otros. Por eso el técnico del Almería B pide calma a los voceros. Dejémosle que siga creciendo y después ya veremos.

 

miércoles, 14 de enero de 2015

INVIERNO


La mañana del domingo era tibia. El sol de invierno dibujaba colores claros en el paisaje almeriense y la luz de la ciudad se derramaba pausadamente por los huecos de la ciudad. La Navidad acababa de despedirse y aún sentíamos la mezcla de liberación y energía que nos emborracha los días de inmediatamente después. Ése era el ánimo con el que el aficionado llenó el Estadio de los Juegos del Mediterráneo en la última jornada de liga. Para terminar de configurar nuestro estado de felicidad contenida –la felicidad siempre es contenida para los equipos pequeños, y eso lo sabemos los aficionados–, JIM se estrenaba como local en liga con el aval de dos buenos resultados como visitante.

Por eso, la impresión de que la mala racha en nuestro campo estaba a punto de hacerse trizas se instaló en el sentir general de la grada. Además, la presencia en el banquillo contrario de ese amigo de la infancia que el aficionado siente que es Unai Emery, se presentaba como la señal inequívoca de que todo estaba por cambiar.

Pero el sueño se desmigajó al cuarto de hora de la segunda mitad. Podría llenar de excusas esta columna y utilizar términos como lógica, presupuesto, pegada o contundencia. Pero no voy a hacerlo. Podría lamentarme, pero me quedo con la resignación de la costumbre. Con eso y con el lugar que el equipo ocupa en la clasificación. Porque, después de todo y pese a no haber ganado ni un solo partido en casa en toda la primera vuelta, el equipo se encuentra fuera de los puestos que te arrojan al destierro de la Primera División. Y al final es lo único que cuenta.

También prefiero quedarme con el fichaje en el mercado invernal de Espinosa. Me gusta el tipo de jugadores por el que el equipo ha decidido apostar. Jugadores jóvenes, prometedores, brillantes pero sin experiencia, con un talento por demostrar y buenas maneras que pulir. Luego, será lo que los dioses del fútbol decidan. Pero la apuesta es tan inteligente como arriesgada. Tan loable como esperanzadora.

 

 

miércoles, 7 de enero de 2015

TÓPICOS


El fútbol es un terreno propicio para el abono de los tópicos. No hay crónica que se preste o análisis del comentarista de turno que no se adorne con uno. Los hay referidos a la grandeza del rival, a los sueños, al trabajo del equipo o a circunstancias del juego como el penalti. Pero hay uno que resulta inevitable cuando un entrenador es despedido y llega otro a ocupar su lugar, y es el siguiente: “a entrenador nuevo, victoria segura”.

Tal es la penetrancia de la frase, que incluso se han dedicado estudios a comprobar cuánto tiene de cierto. Y lo curioso es que según análisis sesudos al fútbol moderno, la afirmación sólo deja de cumplirse en la mitad de los casos. Cualquiera podría decir que este hecho demuestra que la sentencia carece de todo sentido, pero si tenemos en cuenta que cuando un equipo destituye a su técnico es porque, normalmente, encadena una serie de resultados bastante malos, entonces que en la mitad de los casos el equipo reaccione tras la llegada de un nuevo ocupante del banquillo es, por lo menos, significativo.

Otra cosa es tratar de dar explicación a este hecho, pero esa es una empresa en la que no voy a invertir. Lo único cierto, y que ahora me importa, es que tras la destitución de Francisco y la posterior llegada de JIM, el Almería no sólo ha ganado el partido en el que el técnico debutó sino que ha encadenado tres victorias seguidas. También hay quien lo llama “efecto JIM” para que no quepa la duda de a quién otorgar por completo el mérito de la reacción.
 
Y puede que algo de eso haya. Puede que el hecho de que la defensa haya aumentado la tensión, que la línea medular se haya retrasado unos metros y que Hemed ya los marque de dos en dos, sea fruto de la virtud del nuevo entrenador. Pero que nadie olvide que este cesto se teje con mimbres amasados por Francisco y que las teclas que esta vez suenan y se acoplan en consonancia ya fueron tocadas anteriormente sin la suerte que ahora reunimos.