miércoles, 14 de enero de 2015

INVIERNO


La mañana del domingo era tibia. El sol de invierno dibujaba colores claros en el paisaje almeriense y la luz de la ciudad se derramaba pausadamente por los huecos de la ciudad. La Navidad acababa de despedirse y aún sentíamos la mezcla de liberación y energía que nos emborracha los días de inmediatamente después. Ése era el ánimo con el que el aficionado llenó el Estadio de los Juegos del Mediterráneo en la última jornada de liga. Para terminar de configurar nuestro estado de felicidad contenida –la felicidad siempre es contenida para los equipos pequeños, y eso lo sabemos los aficionados–, JIM se estrenaba como local en liga con el aval de dos buenos resultados como visitante.

Por eso, la impresión de que la mala racha en nuestro campo estaba a punto de hacerse trizas se instaló en el sentir general de la grada. Además, la presencia en el banquillo contrario de ese amigo de la infancia que el aficionado siente que es Unai Emery, se presentaba como la señal inequívoca de que todo estaba por cambiar.

Pero el sueño se desmigajó al cuarto de hora de la segunda mitad. Podría llenar de excusas esta columna y utilizar términos como lógica, presupuesto, pegada o contundencia. Pero no voy a hacerlo. Podría lamentarme, pero me quedo con la resignación de la costumbre. Con eso y con el lugar que el equipo ocupa en la clasificación. Porque, después de todo y pese a no haber ganado ni un solo partido en casa en toda la primera vuelta, el equipo se encuentra fuera de los puestos que te arrojan al destierro de la Primera División. Y al final es lo único que cuenta.

También prefiero quedarme con el fichaje en el mercado invernal de Espinosa. Me gusta el tipo de jugadores por el que el equipo ha decidido apostar. Jugadores jóvenes, prometedores, brillantes pero sin experiencia, con un talento por demostrar y buenas maneras que pulir. Luego, será lo que los dioses del fútbol decidan. Pero la apuesta es tan inteligente como arriesgada. Tan loable como esperanzadora.

 

 

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