La mañana del domingo era tibia.
El sol de invierno dibujaba colores claros en el paisaje almeriense y la luz de
la ciudad se derramaba pausadamente por los huecos de la ciudad. La Navidad
acababa de despedirse y aún sentíamos la mezcla de liberación y energía que nos
emborracha los días de inmediatamente después. Ése era el ánimo con el que el
aficionado llenó el Estadio de los Juegos del Mediterráneo en la última jornada
de liga. Para terminar de configurar nuestro estado de felicidad contenida –la
felicidad siempre es contenida para los equipos pequeños, y eso lo sabemos los
aficionados–, JIM se estrenaba como local en liga con el aval de dos buenos
resultados como visitante.
Por eso, la impresión de que la
mala racha en nuestro campo estaba a punto de hacerse trizas se instaló en el
sentir general de la grada. Además, la presencia en el banquillo contrario de
ese amigo de la infancia que el aficionado siente que es Unai Emery, se
presentaba como la señal inequívoca de que todo estaba por cambiar.
Pero el sueño se desmigajó al
cuarto de hora de la segunda mitad. Podría llenar de excusas esta columna y
utilizar términos como lógica, presupuesto, pegada o contundencia. Pero no voy
a hacerlo. Podría lamentarme, pero me quedo con la resignación de la costumbre.
Con eso y con el lugar que el equipo ocupa en la clasificación. Porque, después
de todo y pese a no haber ganado ni un solo partido en casa en toda la primera
vuelta, el equipo se encuentra fuera de los puestos que te arrojan al destierro
de la Primera División. Y al final es lo único que cuenta.
También prefiero quedarme con el
fichaje en el mercado invernal de Espinosa. Me gusta el tipo de jugadores por
el que el equipo ha decidido apostar. Jugadores jóvenes, prometedores,
brillantes pero sin experiencia, con un talento por demostrar y buenas maneras
que pulir. Luego, será lo que los dioses del fútbol decidan. Pero la apuesta es
tan inteligente como arriesgada. Tan loable como esperanzadora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario