La juventud y la genialidad no
tienen por qué ocupar lugares distintos. Pruebas de ello podemos encontrarlas
en literatura, con Pablo Neruda –que publicó Veinte poemas de amor y una canción desesperada con tan sólo veinte
años–, en la música, con Mozart –que a los catorce ya había sido nombrado
maestro de conciertos de Salzburgo–, e incluso en la ciencia, con James Watson
–que con veinticinco estableció, junto a Francis Crick, su famosa doble hélice
como modelo estructural para el ADN–. Pero si somos capaces de buscar y
encontrar estos ejemplos es porque escapan de la norma.
En fútbol las cosas no son
distintas. Escarbando un poco en la historia reciente de este deporte hallamos
casos de jugadores sorprendentemente maduros en su juventud y que han sido
capaces de soportar el peso de la presión para convertirse en la bandera de un
vestuario. Tal es el caso de Raúl González –que debutó de la mano de Jorge
Valdano en el Real Madrid con sólo diecisiete años– o de Fernando Torres –que
contaba con la misma edad el día en el que García Cantarero le hizo debutar con
el primer equipo del Atlético de Madrid–.
Pero si ahondamos para entender
qué hay detrás de éstas y otras precocidades futbolísticas encontraremos un
denominador común: un estado de incertidumbre en el club y de crisis de juego
en el equipo.
Por eso, que algunos empiecen a
alzar la voz para reclamar la presencia en el primer equipo del Almería de Dani
Romera no sé si es más mérito suyo o demérito de los demás. Es cierto que el
chaval es el máximo goleador de la categoría con el filial, que apunta maneras,
que destila talento y que ha madurado mucho en el último año. Pero no es menos
cierto que sólo tiene diecinueve años, que la temporada pasada jugaba con los
juveniles y que la responsabilidad de mantener al equipo en la máxima categoría
tiene que recaer sobre otros. Por eso el técnico del Almería B pide calma a los
voceros. Dejémosle que siga creciendo y después ya veremos.
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