miércoles, 18 de febrero de 2015

HÉROE


En el último partido disputado en el Estadio de los Juegos Mediterráneos se enfrentó el peor equipo local (el Almería) al peor equipo visitante (la Real Sociedad), y ninguno se atrevió a romper el sortilegio que, a pesar de la estadística negativa, les mantiene fuera de los puestos de descenso. Así, después del partido, ambos mantuvieron su condición adversa y continuaron siendo los últimos en los cómputos parciales. Pero no nos engañemos; aunque el encuentro arrojó un resultado neutro, el partido fue entretenido. Hubo goles –que al fin y al cabo son el aderezo de este deporte–, hubo polémicas –que hacen más lenta y agradable la digestión de cada partido– y hubo un héroe.

Porque cuando Thievy –ese delantero de cresta desafiante y modales descuidados– pasó el balón a Hemed para que éste hiciera el segundo gol del Almería, la afición ya lo había encumbrado y lo aupaba con su ánimo. Y fue así porque se inventó un penalti que Verza convirtió en la primera ventaja del partido, porque caminó con destreza por la línea de fondo sentando por el camino a cuantos defensas donostiarras le salían al paso en la jugada del gol del delantero israelí y porque parecía el único con un punch definitivo.

Por eso y porque la afición anda necesitada de héroes. Pero no héroes en el sentido mitológico o épico del término, sino a esos héroes identificados con una causa, símbolo de un objetivo y blasón de un equipo. También es cierto que, aunque el último partido del congoleño lo elevara a los más considerados altares de la parroquia almeriense, me temo que su estancia en ese lugar será bastante efímera. Y es que desde que José Ortiz, el Gran Capitán, decidiera dejar la práctica del fútbol, la afición se haya huérfana de sentimientos que la conecten a sus jugadores. Porque él encarnaba el espíritu del equipo y porque su entrega, su juego y su devoción eran entendidos, respetados y admirados por todos y cada uno de los seguidores rojiblancos.

 

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