Tras perder las semifinales del
Mundial de fútbol de 1990 frente a la selección germana, el mítico jugador
inglés Gary Lineker pronunció una
frase que ha pasado a la historia de este deporte: “En el fútbol juegan once
contra once y al final siempre gana Alemania”. Del mismo modo, existen
chascarrillos para calificar estilos de juego asociados a determinadas
selecciones como son el tiki-taka
español o el catenaccio italiano.
Pero si hay uno que define a la perfección el estilo más reconocible, ése es el
llamado jogo bonito brasileño.
Brasil es un país que vive de
cara al balón. Y si bien no fueron ellos los creadores de este deporte, no les
cuesta nada reconocerse como la tierra del fútbol. No sé si será la mezcla de
razas o alguna casual combinación de folklores, la cuestión es que del mismo
modo que resulta sencillo reconocer a un brasileño bailando samba, resultan inconfundibles
jugando al fútbol.
El estilo es descarado,
ofensivo, habilidoso, creativo y fluido, y de sus escuelas –callejeras casi
siempre– han salido jugadores como Pelé,
Sócrates, Ronaldo, Zico, Garrincha o Ronaldinho. Son exportadores natos de talento y no existe una liga
profesional de cierto nivel en el mundo que no esté colonizada por sus
jugadores. Y la española no es una excepción. De hecho, en nuestra competición se
encuentran inscritos 28 brasileños esta temporada, y entre ellos destacan los
internacionales Neymar, Marcelo o Dani Alves, y la
reciente incorporación madridista Lucas
Silva.
Pero también hay otros con menos
lustre en equipos más modestos. Es el caso de Michel Macedo y Wellington
Silva, en el Almería. Su aportación al equipo no es menor, y su juego,
digno representante de su nación, responde a las características mencionadas
antes.
Y precisamente de ese juego
descarado y creativo nacieron los dos goles que le concedieron al Almería la
victoria frente al Córdoba en la última jornada de liga. Una victoria vital
porque, como dijo JIM, se trataba de
una victoria de cuatro puntos.
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