Para encontrar las raíces del
fútbol moderno tenemos que bucear hasta el Siglo XIX. Más concretamente, hasta
el año 1863, cuando nació, al abrigo de una taberna londinense, la FA
–asociación de fútbol inglesa– y estableció una serie de indicaciones que se
iban a encargar de reglar el desarrollo del juego. Aquellas primeras normas son
la base sobre la que se construyó el reglamento actual, pero dejaron una cosa
en el aire: el número de jugadores.
Así, durante los años siguientes
podían verse partidos donde compitieran quince contra quince o veinte contra
veinte jugadores. Pero en 1870 se terminó con esta situación estableciéndose en
once el número de futbolistas que tiene que formar cada equipo. No está claro
el porqué de ese número. Unos defienden cuestiones prácticas y otros tiran de
romanticismo, pero todo parece indicar que se copió del que era por entonces el
deporte más popular en las islas británicas: el críquet.
La cuestión es que, aunque la
mayoría de las normas establecidas en aquel primer reglamento han variado a lo
largo del tiempo, la de jugar once contra once ha permanecido inmutable,
adquiriendo dicho número un valor casi quimérico. Y así fue hasta que en los
años sesenta el entrenador Helenio Herrera
pronunció una lapidaria frase que aún hoy repiten muchos técnicos al quedarse
en inferioridad numérica debido a una expulsión: se juega mejor con diez que con once.
La frase carece de lógica, pero
de vez en cuando insiste en hacerse presente en los terrenos de juego, como
sucedió en el último encuentro que disputó el Almería –frente al Getafe–. En
este partido, el equipo de JIM
dominó el encuentro durante una hora, momento en el que fue expulsado el
defensa getafense Escudero. A partir
de ahí, el centro del campo del equipo del sur de Madrid comenzó a fluir más y
el Estadio del Mediterráneo llegó a temer revivir capítulos anteriores. Por
suerte, el empuje de Pedro León y Diego Castro no fue suficiente y la
victoria se quedó en casa nueve meses después.
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